Capítulo 3

26 de marzo
Bip, bip. Sonó el sonido que suena cuando me mandan un mensaje. ¿Pero quién será a estas horas?


Te espero a las 5 de la tarde
en Danki Coofee, en el Centro.
No faltes, espero verte allí.
Me reconocerás porque llevaré
rosa roja, muy roja. Tan roja como
tus labios. También llevaré una
lata de coca-cola, ya que es del
color de tus ojos. Y por último,
llevaré unas perlas tan blancas
cómo tus dientes
Te espero allí. No faltes
por favor. Besos.


Al leer esto me quedé estupefacta. ¿Quien sería? Seguro que era algún gracioso con ganas de reírse. ¿Pero cómo sabía que tenía los ojos marrones? Realmente esa persona debía de ser muy romántico. ¡Pero que estoy diciendo! Los ojos marrones los tienen cualquiera, y ese seguro que era algún loco psicópata. Mejor que pase del tema. Pero...... no puedo quitármelo del cabeza. Me vestí rapidísimo para llegar a clase y contarles a mis amigas lo que me había sucedido. Le di un beso a mi madre y otro a mi hermana pequeña, y a continuación me dispuse a salir por la puerta. El ascensor estaba roto así que decidí ir por las escaleras. Esta estaba solitaria. Bajé dando pequeños saltitos, y cuando llegué abajo me encontré con mi vecino. Me saludó de mala manera y se marchó con una sonrisa un poco hipócrita en la cara.
Llegué a la parada del autobús. Aún no había llegado nadie. Yo me senté en el pequeño banco y divisé la calle tan solitaria como casi siempre a esa hora. Intentaba quitarme ese mensaje de la cabeza, pero no podía. Leí el mensaje una vez, y luego otra, y después otra..... Lo releí hasta el punto de aprendérmelo de memoria. No sabía que hacer. ¿Le respondo? ¿Será realmente una buena persona? ¿Y si es alguien con ganas de hacerme daño? ¿Se lo cuento a mis amigas? ¿Voy hasta allí? ¿Y si no va nadie y me quedo sola? En ese instante mil preguntas sin respuesta recorrían mi mente. Debía relajarme. Relajarme y olvidarme de todo. Para ello necesitaba algo esencial: La música. No sé que haría sin ella. Desde que era pequeña se ha convertido en algo indispensable para mí. Recuerdo la primera vez que escuché “baby einsteis”. Bueno, en realidad no me acuerdo, pero me lo han contado. Dicen que tenía un pequeño columpio, por el que se emitía una hermosa melodía. Me encantaba columpiarme oyendo la música.
Puse la radio, ya que se me había olvidado el mp4. Se había borrado las secuencias que siempre ponía(cadena100, Europa fm, los 40 principales.....). Así que le di a sintonizar emisoras y empezaron a salir mil cadenas diferentes. De rock, de pop, de música clásica, de pop rock......... De repente, sonó una canción de los beatles, llamada let it be. Creo que significa déjelo estar. Eso sería lo mejor. Dejarlo estar. Pero era imposible. No podía quitármelo de la cabeza. Quité esa emisora y puse cadena 100. Al instante llegó el autobús. Ese día tampoco había mucha gente. Así que me puse a cantar en voz baja una canción que ahora está de moda. Es de Carlos Baute. Empecé a tararearla y a mover los labios con una expresión muy fuerte. Poco a poco fui cerrando los ojos, y empecé a mover la cabeza al ritmo de la música. Luego le añadí los brazos. Estos los movía de un lado para otro, pero nadie me veía hacerlo.
Piiiiiiiiiiiiii. Se escuchó un morrocotudo pitido, acompañado de un frenazo. Me quité los cascos a toda velocidad y miré a mi alrededor. Todo era un pequeño susto. Una loca se había saltado el semáforo, y casi tenemos un accidente. Pero finalmente no pasó nada. Giré la cabeza hacia atrás, y lo vi. Sí, lo volví a ver. Volví a ver su pelo perfectamente peinado, sus maravillosos ojos, y sus preciosos labios. Me froté los ojos. No podía ser él. Había estado cantando y bailando como una imbécil, y lo peor es que él estaba delante. Se rió. Yo me avergoncé muchísimo, pero intenté disimularlo. No sabía como actuar. Pero en ese momento llegó él y lo solucionó todo.
-Bailas muy bien-me dijo.
Esbocé una gran sonrisa. Y entonces le contesté:
-¡Que va! Yo bailo muy mal.
-Pues acabas de demostrar lo contrario.
-¿Tú crees? El año que viene iré a Fama- nos reímos.-Oye ¿cómo te llamas?
-Soy Alejandro.
-Yo soy Atenea, encantada.
Se sentó a mi lado y miró el paisaje. Yo también miraba el paisaje. Mi paisaje. Lo miraba a él. Una repentina melodía estropeó el momento. Lo llamaban al móvil. Descolgó y dijo: “Voy para allá”. Colgó el teléfono y se despidió de mi. Todo fue muy rápido. Demasiado. Caminó hacia las puertas del autobús cuando se le calló algo de su mochila. Era algo rojo. Me levanté corriendo para dárselo, pero era tarde. Se había marchado. Cogí la rosa del duelo y la olí. Era una rosa roja. Pero no era un rojo cualquiera. Era un rojo intenso. Muy intenso. En ese instante recordé el mensaje.


“Llevaré una rosa roja. Muy roja. Tan roja como tus labios.”